
Al otro lado del rio.
En el mundo habitan más de un millón de personas diferentes. Las hay altas, pequeñas, gordas, delgadas, de piel negra, blanca, morena o trigueña, tímidas o extrovertidas; en fin, todas inverosímiles en su aspecto físico y personalidad, pero al fin y al cabo, todas PERSONAS. Y este título, si bien esta acompañado de una serie de deberes, el paquete completo incluye también DERECHOS, derechos que en la historia han sido exclusivos de aquellos sectores que preponderan en la sociedad, porque en la mayoría de los casos quien mas recursos económicos posee mayor control ejecuta sobre los más desfavorecidos, control que puede ser utilizado en beneficio o en perjuicio de los subordinados. Pero, tristemente lo mas usual es que la aristocracia, burguesía, clase alta o cualquier otra denominación utilizada para referirse a aquel grupo que ostenta el poder y que, discriminatoriamente excluye a los que no lo tienen, lo utilizan de una manera tan cruel, que casi parece despótico; sometiendo a los que tienen bajo su mando a tortuosos trabajos e innumerables tratos, rebajándolos a una categoría de humanos inferiores, y por ende, olvidándose de que ellos también son personas.
Pero, es aun mas triste el hecho de que no solo es la clase alta quienes condenan a los mas pobres a una vida miserable, si no también, personas del común, a través de nuestra ignorancia a los problemas sociales que enfrenta este sector de la sociedad, que cada vez tiene un mayor porcentaje y a través del desinterés por ellos, porque nos cegamos en nuestra propia burbuja y reducimos la realidad a nuestro cerrado y pequeño entorno, olvidándonos de lo complejo, amplio y variado que es el mundo, y de los problemas que en este se presentan.
La película nos muestra condiciones que impactan, porque no pertenecen solamente al marco de la ficción, si no que están más del lado de la realidad, como es el caso de los pueblos amerindios del Perú, los cuales a pesar de haber poblado inicialmente esas tierras, estas ya no les pertenecían, porque los terratenientes se habían apropiado no solo de su medio de trabajo, sino también de sus esperanzas de una vida mejor.
Sin embargo, “mientras haya vida hay esperanza”, esperanza en un mundo mejor, en una sociedad donde sus habitantes entiendan que una clase social no determina la condición de persona, y que resulta erróneo, inclusive absurdo la existencia de las clases sociales, que a la larga no son sino otra forma de discriminar, de separar y de excluir a los individuos, producto de las ansias del hombre de poseer y ser, aun por encima de otro igual a él. Y precisamente la vida de un hombre abrió la puerta de la esperanza para muchas sociedades, campesinos y grupos marginados. Se trata de Ernesto Guevara, o mejor conocido como “Che Guevara” quien, al descubrir la realidad de los sectores excluidos, no dudo en rendir su vida al servicio de ellos, para intentar cambiar el mundo hasta entonces concebido, implantado en él la justicia y la equidad.
Al “Che” no le importo abandonar su comodidad y enfrentarse a las difíciles condiciones que tendría que soportar en la lucha por sus ideales, como tampoco le significo mucho valor su favorable condición económica “rebajándose” a convivir con los más pobres y olvidados por la mayoría, e inclusive llego liderar su revolución.
Pero lo decepcionante es que fue necesario que este personaje recorriera gran parte de América Latina para darse cuenta de un flagelo que se encuentra presente hasta en nuestra propia esquina, porque necesitados y excluidos los hay por montones, pero, estamos tan acostumbrados a nuestra cómoda realidad que nos resulta casi imposible salir de ella.
Lo que este simbólico y controversial personaje nos propone es una sociedad verdaderamente “social”, es decir donde el fin del gobierno y el Estado sea brindarles condiciones favorables a todos sus miembros porque, de lo contrario, si solo favorece a unos pocos estaría no solo siendo infiel a su propósito de origen sino llevando a muchos a su destrucción, al no ofrecerles los recursos mínimos para su subsistencia e inclusive muchas veces, quitándoles los pocos que tienen para hacer a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, como quien dice: dejando en claro, quien manda y quien obedece! Y al que se le ocurra alterar este orden será merecedor del más grande desprecio por parte de las elites y tildado de los más absurdos nombres e inclusive, muchas veces considerado loco, pero “las personas que están lo suficientemente locas como para pensar que pueden cambiar el mundo son quienes lo cambian”1. Y esto, fue precisamente lo que busco el Che, al intentar implementar una sociedad igualitaria: Cambiar el mundo.
Cuando el “Che” y Alberto, su compañero de viaje están en el leprosorio de San Pablo en Chile, se encuentran con una marcada segregación entre los enfermos y los sanos separados por un rio; enfermos que pertenecen a la clases más bajas que están ahí porque no tienen recursos para costear un buen tratamiento médico para la lepra. Cabe resaltar que las personas con lepra son mayormente excluidas por ser una enfermedad altamente contagiosa, sin embargo, estos personajes no tuvieron inconvenientes en compartir con ellos, olvidándose de todas las excusas para mantenerse separados.
De esta misma manera, en el mundo encontramos dos lados en el rio: En el norte los ricos, en el sur los pobres. Y esto lo vemos en casi todas las ciudades, dividas en estos sectores, e inclusive en el propio continente americano, donde el norte que está representado por Estados Unidos y Canadá posee una notable ventaja económica y social sobre sur América.
Pero, esto lo debemos en parte a nuestros antepasados, a nuestros colonizadores que en el caso de sur América fueron los españoles, quienes no tuvieron consideración de los pobladores y valiéndose de ideologías racistas y cegados por el eurocentrismo implantaron el sentimiento de inferioridad en el imaginario cultural latinoamericano, sentimiento que en la época del “Che Guevara” y en el siglo XXI aun persiste.
En el filme y en la historia de la humanidad los campesinos y los indígenas han sido olvidados y tratados como menos personas, condenados a unas vidas indignas y considerados incapaces de desarrollarse en la sociedad, al no contar con “dos carreras profesionales, veinte doctorados y tres maestrías como mínimo” y no poseer medios económicos suficientes, condiciones que el mundo actual exige para obtener un trabajo supuestamente digno y que relaciona con el concepto de civilización y muchas veces con el de capacidad.
Sin embargo, los verdaderos incapaces no son los del sur, sino los que se encuentran del otro lado del rio, aquellos que creen que la cantidad de dinero determina la condición humana, siendo estos incapaces de concebir la realidad fuera de su burbuja de comodidad.